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El fumador necesita sentirse "normal", persona integrada en la sociedad, sin que su hábito sea contemplado en absoluto como una droga. Aunque puede leer el mensaje "el tabaco puede ser perjudicial para la salud" ¿no lo compra en un establecimiento público? ¿no es una de las fuentes importantes de financiación del Estado para hacer carreteras, hospitales y atender a los desvalidos? ¿no fuman acaso los principales agentes sociales que se admiran y valoran? Por eso mismo, porque es normal, ¿por qué no fumar delante de no fumadores? ¿qué tiene de malo llenar de humo una sala que puede ventilarse si molesta a alguien que estuviera ahogándose o acatarrado? ¿por qué iba a molestar el humo a los comensales vecinos? ¿y el olor: por qué es mal olor si es natural, producido por un vegetal tan ecológico como un eucalipto? Y si hay que expulsar una colilla, ¿no se apagará sola espontáneamente? ¿no es harto improbable que una colilla tirada a la cuneta pudiera ocasionar un incendio? El fumar es tan familiar que resulta extraño que a nadie pudiera molestar(a no ser que fuera un suspicaz o quisquilloso empedernido), por lo que el fumador se hace gradualmente más atrevido (hasta intentar "por despiste" encender un cigarrillo en el dormitorio común, la sala de un hospital, en la visita a una iglesia, un tren, una oficina pública, un velatorio, en los despachos etc.).
En la medida en la que los rituales tranquilizadores forman parte del hábito de fumar, y las sustancias generan adicción, llega un momento en el que la ansiedad ya está provocada por el hecho de echar de menos fumar, y esta ansiedad se calma, en un círculo inacabable, fumando de nuevo, cosa que afianza la necesidad de nicotina. En este momento el fumar, llamado a la guerra santa contra la ansiedad, y como toda guerra santa, crea más guerra que paz, más angustia que calma.
El poder del hábito de fumar desaparece -si bien no instantáneamente- no dándole el alimento que lo engorda. Muere de inanición en un tiempo similar al de morir de hambre. No dándole nada, como en una huelga radical, se achica y disminuye. Pero mientras que sin nutrientes realmente agonizamos, sin tabaco, sin embargo, renacemos, y no es un ir hacia la muerte sino un venir a una nueva vida. El tránsito de ser fumador a un nuevo ser abstinente contiene un sufrir confuso, porque no se sabe bien si es malo matar para hacer vivir a otro o si el nacimiento será traumático o quién es quién en esta guerra, por ejemplo, ¿quien sufre? ¿el Yo-abstinente o el Yo-fumador? El sufrimiento que es un alumbramiento es muy distinto de un sufrimiento que es un desarraigo. Es una diferencia tan importante como en la dada en la comparación entre la angustiosa, pero agradable, emoción de llegar respecto a la angustiosa, pero triste, de ser expulsado. El fumador que está en el puente que le lleva a una nueva vida sin tabaco puede mirar su sed frustrada de tabaco como un placer de decir no, diciendo sí a un paso más que le acerca a la otra orilla.
Las emociones más sublimes nacen de aguantarse otras más elementales en las que se podría deshacer. El ahorro de no darse al inmediato placer de fumar y dejar así de lado los inconvenientes de la abstención, edifica una nueva satisfacción, en la cual nos complacemos en una estima propia, una sensación de ser coherentes, de saber instalar un equilibrio, un orgullo mucho más gozoso, un llenarse frente a un vaciarse. Se trata de placeres que sólo se dan esperando un poco, tolerando un rato hasta que baja la ola de la ansiedad y sube la de triunfo. Por lo general el adicto sobre-estima la duración del desagrado que produce negarse. Lógicamente el deseo de fumar es como un niño pedigüeño que sabe por experiencia que insistir pesadamente una y otra vez tiene finalmente una recompensa por extenuación y pérdida de paciencia de los mayores. También sabe el niño que la fuerza del deseo es muy persuasiva (tiene muchas ganas, sería muy feliz, le hace mucha ilusión..). El no desata el furor, la rabieta, una insistencia y una acentuación momentánea del deseo rechazado y prohibido.
Podemos espantarnos porque todo ese rumor ensordecedor sería insoportable mucho tiempo. Y ahí está la clave ¿cuánto dura el ruido? ¿cuánto tiempo resiste el enemigo atacando? Si prevemos un tiempo demasiado largo, demasiado insoportable, cederemos a esa "fuerza mayor" si, por el contrario, prevemos una limitada duración (2, 3 minutos, por ejemplo), la cosa puede parecer muy distinta, perfectamente soportable, incruenta, una bagatela. Aunque los momentos del síndrome de abstinencia son efectivamente momentos y perfectamente superables, en cambio la inteligencia propagandística, persuasiva y manipuladora del hábito los presenta como insoportables duraciones.
La extinción del deseo de fumar plantea el reverso de lo que ha sido su generación: aunque no fumando esperamos que el deseo de fumar desaparezca, en cambio nos encontramos con que protesta más que nunca y que lucha con más astucia retorcida para ganarnos la partida con diabólicos argumentos tales como:
[titulo] Tenemos demasiados inconvenientes
[argumento] "No es humano que si uno sufre de una manera insoportable por no fumar tengamos que ser tan crueles."
[falacia] El sufrimiento del deseo insatisfecho es horrible, cuando realmente es menor que un golpecito en el codo.
[titulo] Nos perdemos ventajas imprescindibles
[argumento] "Sin fumar no podríamos ser naturales, estar a gusto con amigos, ni estar cómodos. Perdemos una condición que ya forma parte de nuestra personalidad y dejaríamos nada menos que una de los mejores placeres que tenemos."
[falacia ] El placer proporciona un gran placer, cuando la parte del placer es la más pequeña comparada con la dinámica de la adicción. El tabaco no es esencial para el desempeño de nuestra vida. La adaptación a vivir sin tabaco es posible, rápida y sencilla. En la medida que resistimos al no fumar nos encontramos mejor, no peor, de forma que el primer día de dejar el tabaco sería el peor de todos y después de un mes hasta nos encontramos felices.
[titulo] Podemos controlarlo
[argumento] "En realidad fumo porque quiero, y cuando así lo decidiera lo dejaría sin mayor problema."
[falacia] El auto-control es ficticio porque está basado en lo que demuestra que la persona es adicta, como por ejemplo no reconocer la fuerza de convicción y auto-engaño que tiene el hábito.
[titulo] Efectos colaterales
[argumento] "Yo lo dejaría si no fuera que si dejo de fumar engordaré o tendré tanta ansiedad que eso perjudicaría gravemente mi salud."
[falacia] Si realmente quisiéramos domesticar la ansiedad podríamos recurrir a sistemas alternativos sanos de control (ejercicio, tila, actividades, etc.) y de la misma forma vigilar el peso controlando la conducta.
[titulo] Puedes ser flexible
[argumento] "Ya has probado durante unos días que puedes dejar de fumar cuando quieras, así que ahora podrías fumar sin peligro un cigarrillo que sería como una especie de premio para alegrarnos por haberlo dejado, y además no existe peligro de recaída ya que hemos demostrado fuerza de voluntad, y además, en la vida es bueno ser flexibles en vez de rígidos y dogmáticos."
[falacia] Fumo porque quiero y cuando quiero lo dejo, cuando más bien hemos tenido que dejarlo aunque queríamos forzados por razones de salud, y además no siendo flexibles, sino más bien por una quirúrgica y trabajosa deshabituación disciplinada.
Aunque el fumador lleve muchísimo tiempo sin fumar, la ola del deseo puede seguir asaltándole en los momentos oportunos (debilidad, desesperación, crisis) para darnos guerra con un nuevo asalto, siempre con su vocecita salvadora, prometiendo su poder calmante, su supuesto gran placer de alivio o incluso su poder dudoso de venganza de lo malo que nos ha pasado. También el fumador alimenta el impulso a fumar con mecanismos tan sofisticados como en el caso del comer compulsivo. Las mismas campañas anti-tabaco, que afean el "vicio" socialmente, presentando al fumador un ente débil, irracional y apestoso, haciendo que el fumar sea vivido con culpa y vergüenza.
Este fumador que ha interiorizado el rechazo suele decir que "aunque sé que no debería fumar, reconozco que soy incapaz de dejarlo", que es un cambio de tercio respecto al arrogante "fumo porque quiero". La simple recomendación que un bien intencionado dirige al fumador "deberías dejarlo, no te conviene" produce el imperioso deseo de fumar inmediatamente, antes de que fuera el caso que después ya no fuera posible hacerlo por alguna especie de persuasión religiosa (al modo como la estrategia del diablo sería que el alma peque antes de morir). También el conflicto interno "tendría" que dejarlo (mi deber es ese, pero me resisto) puede provocar un acto urgente de salvación consistente en fumar para que "sea tarde" o "será mejor empezar mañana".
Una recaída de un fumador empieza por un cigarrillo. Fumar ese cigarrillo por el que se pierde lo ya ganado requiere un considerable esfuerzo de inconsciencia y auto engaño. Y el impulso, hambre de nicotina, utiliza los más refinados argumentos para cegar nuestra crítica y deshacer nuestra cautela. Un cigarrillo, uno, sólo uno y ninguno otro más: esto parece inocente, y sería uno un pusilánime exagerado por negarse a una cosa tan minúscula. Es tan importante y decisivo para el deseo de fumar el primer cigarrillo (como la primera cita en el amor) que "empezar" debe sonar a "acabar", y se presenta insistiendo en que "será el último", "pararé", "ninguno más", y así como al parecer que se termina de fumar antes de empezar que se puede hacerlo, porque ya hemos dado por hecho que "no pasa nada".
Fuente: José Luis Catalán