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El poder del hábito de fumar desaparece
-si bien no instantáneamente-
no dándole el alimento que lo engorda.
Muere de inanición en un tiempo similar al de morir de hambre..




El fumador necesita sentirse "normal", persona integrada en la sociedad, sin que su hábito sea contemplado en absoluto como una droga. Aunque puede leer el mensaje "el tabaco puede ser perjudicial para la salud" ¿no lo compra en un establecimiento público? ¿no es una de las fuentes importantes de financiación del Estado para hacer carreteras, hospitales y atender a los desvalidos? ¿no fuman acaso los principales agentes sociales que se admiran y valoran? Por eso mismo, porque es normal, ¿por qué no fumar delante de no fumadores? ¿qué tiene de malo llenar de humo una sala que puede ventilarse si molesta a alguien que estuviera ahogándose o acatarrado? ¿por qué iba a molestar el humo a los comensales vecinos? ¿y el olor: por qué es mal olor si es natural, producido por un vegetal tan ecológico como un eucalipto? Y si hay que expulsar una colilla, ¿no se apagará sola espontáneamente? ¿no es harto improbable que una colilla tirada a la cuneta pudiera ocasionar un incendio? El fumar es tan familiar que resulta extraño que a nadie pudiera molestar(a no ser que fuera un suspicaz o quisquilloso empedernido), por lo que el fumador se hace gradualmente más atrevido (hasta intentar "por despiste" encender un cigarrillo en el dormitorio común, la sala de un hospital, en la visita a una iglesia, un tren, una oficina pública, un velatorio, en los despachos etc.).

En la medida en la que los rituales tranquilizadores forman parte del hábito de fumar, y las sustancias generan adicción, llega un momento en el que la ansiedad ya está provocada por el hecho de echar de menos fumar, y esta ansiedad se calma, en un círculo inacabable, fumando de nuevo, cosa que afianza la necesidad de nicotina. En este momento el fumar, llamado a la guerra santa contra la ansiedad, y como toda guerra santa, crea más guerra que paz, más angustia que calma.

El poder del hábito de fumar desaparece -si bien no instantáneamente- no dándole el alimento que lo engorda. Muere de inanición en un tiempo similar al de morir de hambre. No dándole nada, como en una huelga radical, se achica y disminuye. Pero mientras que sin nutrientes realmente agonizamos, sin tabaco, sin embargo, renacemos, y no es un ir hacia la muerte sino un venir a una nueva vida. El tránsito de ser fumador a un nuevo ser abstinente contiene un sufrir confuso, porque no se sabe bien si es malo matar para hacer vivir a otro o si el nacimiento será traumático o quién es quién en esta guerra, por ejemplo, ¿quien sufre? ¿el Yo-abstinente o el Yo-fumador? El sufrimiento que es un alumbramiento es muy distinto de un sufrimiento que es un desarraigo. Es una diferencia tan importante como en la dada en la comparación entre la angustiosa, pero agradable, emoción de llegar respecto a la angustiosa, pero triste, de ser expulsado. El fumador que está en el puente que le lleva a una nueva vida sin tabaco puede mirar su sed frustrada de tabaco como un placer de decir no, diciendo sí a un paso más que le acerca a la otra orilla.

Las emociones más sublimes nacen de aguantarse otras más elementales en las que se podría deshacer. El ahorro de no darse al inmediato placer de fumar y dejar así de lado los inconvenientes de la abstención, edifica una nueva satisfacción, en la cual nos complacemos en una estima propia, una sensación de ser coherentes, de saber instalar un equilibrio, un orgullo mucho más gozoso, un llenarse frente a un vaciarse. Se trata de placeres que sólo se dan esperando un poco, tolerando un rato hasta que baja la ola de la ansiedad y sube la de triunfo. Por lo general el adicto sobre-estima la duración del desagrado que produce negarse. Lógicamente el deseo de fumar es como un niño pedigüeño que sabe por experiencia que insistir pesadamente una y otra vez tiene finalmente una recompensa por extenuación y pérdida de paciencia de los mayores. También sabe el niño que la fuerza del deseo es muy persuasiva (tiene muchas ganas, sería muy feliz, le hace mucha ilusión..). El no desata el furor, la rabieta, una insistencia y una acentuación momentánea del deseo rechazado y prohibido.

Podemos espantarnos porque todo ese rumor ensordecedor sería insoportable mucho tiempo. Y ahí está la clave ¿cuánto dura el ruido? ¿cuánto tiempo resiste el enemigo atacando? Si prevemos un tiempo demasiado largo, demasiado insoportable, cederemos a esa "fuerza mayor" si, por el contrario, prevemos una limitada duración (2, 3 minutos, por ejemplo), la cosa puede parecer muy distinta, perfectamente soportable, incruenta, una bagatela. Aunque los momentos del síndrome de abstinencia son efectivamente momentos y perfectamente superables, en cambio la inteligencia propagandística, persuasiva y manipuladora del hábito los presenta como insoportables duraciones.

La extinción del deseo de fumar plantea el reverso de lo que ha sido su generación: aunque no fumando esperamos que el deseo de fumar desaparezca, en cambio nos encontramos con que protesta más que nunca y que lucha con más astucia retorcida para ganarnos la partida con diabólicos argumentos tales como:

[titulo] Tenemos demasiados inconvenientes
[argumento] "No es humano que si uno sufre de una manera insoportable por no fumar tengamos que ser tan crueles."
[falacia] El sufrimiento del deseo insatisfecho es horrible, cuando realmente es menor que un golpecito en el codo.

[titulo] Nos perdemos ventajas imprescindibles
[argumento] "Sin fumar no podríamos ser naturales, estar a gusto con amigos, ni estar cómodos. Perdemos una condición que ya forma parte de nuestra personalidad y dejaríamos nada menos que una de los mejores placeres que tenemos."
[falacia ] El placer proporciona un gran placer, cuando la parte del placer es la más pequeña comparada con la dinámica de la adicción. El tabaco no es esencial para el desempeño de nuestra vida. La adaptación a vivir sin tabaco es posible, rápida y sencilla. En la medida que resistimos al no fumar nos encontramos mejor, no peor, de forma que el primer día de dejar el tabaco sería el peor de todos y después de un mes hasta nos encontramos felices.

[titulo] Podemos controlarlo
[argumento] "En realidad fumo porque quiero, y cuando así lo decidiera lo dejaría sin mayor problema."
[falacia] El auto-control es ficticio porque está basado en lo que demuestra que la persona es adicta, como por ejemplo no reconocer la fuerza de convicción y auto-engaño que tiene el hábito.

[titulo] Efectos colaterales
[argumento] "Yo lo dejaría si no fuera que si dejo de fumar engordaré o tendré tanta ansiedad que eso perjudicaría gravemente mi salud."
[falacia] Si realmente quisiéramos domesticar la ansiedad podríamos recurrir a sistemas alternativos sanos de control (ejercicio, tila, actividades, etc.) y de la misma forma vigilar el peso controlando la conducta.

[titulo] Puedes ser flexible
[argumento] "Ya has probado durante unos días que puedes dejar de fumar cuando quieras, así que ahora podrías fumar sin peligro un cigarrillo que sería como una especie de premio para alegrarnos por haberlo dejado, y además no existe peligro de recaída ya que hemos demostrado fuerza de voluntad, y además, en la vida es bueno ser flexibles en vez de rígidos y dogmáticos."
[falacia] Fumo porque quiero y cuando quiero lo dejo, cuando más bien hemos tenido que dejarlo aunque queríamos forzados por razones de salud, y además no siendo flexibles, sino más bien por una quirúrgica y trabajosa deshabituación disciplinada.




Aunque el fumador lleve muchísimo tiempo sin fumar, la ola del deseo puede seguir asaltándole en los momentos oportunos (debilidad, desesperación, crisis) para darnos guerra con un nuevo asalto, siempre con su vocecita salvadora, prometiendo su poder calmante, su supuesto gran placer de alivio o incluso su poder dudoso de venganza de lo malo que nos ha pasado. También el fumador alimenta el impulso a fumar con mecanismos tan sofisticados como en el caso del comer compulsivo. Las mismas campañas anti-tabaco, que afean el "vicio" socialmente, presentando al fumador un ente débil, irracional y apestoso, haciendo que el fumar sea vivido con culpa y vergüenza.

Este fumador que ha interiorizado el rechazo suele decir que "aunque sé que no debería fumar, reconozco que soy incapaz de dejarlo", que es un cambio de tercio respecto al arrogante "fumo porque quiero". La simple recomendación que un bien intencionado dirige al fumador "deberías dejarlo, no te conviene" produce el imperioso deseo de fumar inmediatamente, antes de que fuera el caso que después ya no fuera posible hacerlo por alguna especie de persuasión religiosa (al modo como la estrategia del diablo sería que el alma peque antes de morir). También el conflicto interno "tendría" que dejarlo (mi deber es ese, pero me resisto) puede provocar un acto urgente de salvación consistente en fumar para que "sea tarde" o "será mejor empezar mañana".

Una recaída de un fumador empieza por un cigarrillo. Fumar ese cigarrillo por el que se pierde lo ya ganado requiere un considerable esfuerzo de inconsciencia y auto engaño. Y el impulso, hambre de nicotina, utiliza los más refinados argumentos para cegar nuestra crítica y deshacer nuestra cautela. Un cigarrillo, uno, sólo uno y ninguno otro más: esto parece inocente, y sería uno un pusilánime exagerado por negarse a una cosa tan minúscula. Es tan importante y decisivo para el deseo de fumar el primer cigarrillo (como la primera cita en el amor) que "empezar" debe sonar a "acabar", y se presenta insistiendo en que "será el último", "pararé", "ninguno más", y así como al parecer que se termina de fumar antes de empezar que se puede hacerlo, porque ya hemos dado por hecho que "no pasa nada".


Fuente: José Luis Catalán




El tabaco tiene tres tentáculos con los que tomarnos al asalto: un efecto estimulante, un efecto calmante y un placer por sí mismo.




El tabaco como placer es un gusto de reposo, complemento o postre que redondea un bienestar previo. El cigarrillo después de una agradable comida, sin prisas, como colofón de lo que los gourmantes prosodiaban como "café, copa y puro". El cigarrillo romántico que un viaje en tren acompaña al dulce trasporte demorado, ocioso y contemplativo. El cigarrillo después de hacer el amor con excelente provecho, relajados. El placer en estos ejemplos se parece mucho a los demás placeres que se saborean, con tiempo, sin mala conciencia, como regalos de la vida que no son dañinos en la forma ceremonial que los dignifica (sin compulsión, con mesura y sin más misión que adornar un momento agradable).

Este toque positivo del tabaco es en ocasiones esgrimido como una lastimosa gran pérdida si el fumador se plantea el abandono total del hábito: "¿Voy a perderme ese gran placer, tan razonable y tan bueno?". Siendo 'ese' no se sabe bien si 'el gran' momento o el pequeño complemento, o si los placeres ya no podrán existir en absoluto sin esa aparente pequeñez del tabaco, que ausente podría ser como la vena abierta de un estoico suicida. En la angustiosa fantasía del adicto puede equipararse el renunciar al placer cuando realmente fumar es un verdadero gusto al disgusto de vivir sin un sabor que fuera esencial al alimento del goce, que desde ese momento se volvería soso, descafeinado, aguado, apenas cascarilla. Aunque el fumador puede ver a los no fumadores como capaces de tranquilos disfrutes, no se aplica a sí mismo ya esa posibilidad, aspirando a sabérselas arreglar perfectamente, sino que más bien tiende a confundir el periodo de acostumbramiento a una nueva situación con una cadena perpetua.

Las propiedades estimulantes del tabaco son muy apetecibles para personas que tienen un trabajo creativo (compositores, artistas plásticos, escritores, profesionales del marketing, abogados, etc.) y favorece la inspiración, las ocurrencias, las ideas brillantes. También provoca diálogos más chispeantes, graciosos y ocurrentes en las reuniones de amigos, tertulias, grupos de discusión, etc. por lo que el consumo se dispara en esas circunstancias de una forma exponencial como si el espíritu efervescente y animado buscara la manera de explotar como unos fuegos artificiales. El poder euforizante y desinhibidor del alcohol y la eficacia estimulante del tabaco son recursos fáciles y no exigen un laborioso método creativo, disciplina sistemática, auto-conocimiento de los recursos de motivación ni otras sofisticaciones abstemias, y precisamente por esa sencilla productividad se pueden instalar en nosotros como herramientas imprescindibles y condición necesaria para crear y expresarse. Pero el tabaco está lejos de quererse plegar a un papel humilde de colaborador y de forma soterrada, sinuosa, imperceptible comienza una rebelión en la cual intenta ganar importancia. Primero alegando la necesidad de 'tomarse el tiempo para un cigarrillo', luego fumar un cigarrillo para ayudar a que venga la inspiración, más tarde ir al otro extremo de la ciudad antes de empezar para adquirir la cantidad necesaria, luego cada frase requiere su cigarro, porque la lentitud fumada será premiada por el regalo de las buenas ideas, y finalmente, instalado el mareo y las nauseas, como una forma digna de dar por acabada la sesión, la necesidad de tomar un poco de aire fresco, o porque la intoxicación carbónica altera la materia misma inundándola de metáforas del mismo hábito fumador llevando a cabo la trasformación mefistofélica de poner la creación al servicio del tabaco y no al revés.

¿Dejaría el pintor de pintar buenos cuadros al dejar de fumar? ¿Se dejaría de escribir bien sin el recurso del tabaco? ¿Se podría tener una animada e inteligente discusión sin el hilo conductor de un cigarrillo detrás de otro? La respuesta es sí, afortunadamente la producción intelectual y social no depende tanto del estímulo artificial del tabaco, puede ser suplido perfectamente por estímulos psicológicos distintos. Quizás varíen algunas formas, que serán más serenas y menos compulsivas, se podrá escribir de forma más suave que la accidentada que producen las interrupciones del fumar y los accidentes de la ceniza, tal vez se suprimirían los fogonazos irregulares de genio dando paso a una estabilidad y homogeneidad, a una potencia creativa de mayor envergadura. Respecto a lo que hay que medir realmente, la calidad, permanece. Sin estimulantes se pierde tan sólo una forma de trabajo, y nos obligamos a un cambio de costumbres. Podemos poner la comparación de pasar de escribir con pluma a con un ordenador: mientras estamos habituados al sistema tradicional de la pluma el ordenador parece más bien un engorro, pero cuando descubrimos las facilidades sabemos sacarle las ventajas del nuevo sistema, son recursos y maneras de trabajar. Los procesos de creatividad están muy por encima de las técnicas de soporte.

Cuando estamos en grupo tenemos cuerpo y no sólo espíritu. Tenemos que tener unas poses, sentarnos de una cierta forma, mirar, interrumpir, reír mediante unas técnicas corporales, una forma de hacer que es nuestra forma externa de relacionarnos con los demás. De estas posturas corporales forma parte coger un cigarrillo de una forma que podría ser ya automática, tal como apartarnos el cabello, o seguir con el pie el ritmo del la música ambiental. En este contexto, dejar de fumar nos obligaría a actuar de una forma nueva. No podríamos, por ejemplo, en una pausa larga encender un cigarrillo mientras recapitulamos, sino que quizá tengamos que mirar sin mirar una cara que se encuentre frente a nosotros. Tampoco podremos ligar utilizando el fumar y el dar fuego como facilitadores, y puede que, urgidos por la tiranía de nuestras necesidades afectivas, inventemos frases un poco más elegantes que las socorridas a las que estamos acostumbrados. Sin la densa nube de una reunión de conspiradores también se puede conspirar, incluso viendo más claramente la cara de nuestros cómplices. También podemos disfrutar de una sesión de Jazz, porque ni el humo realza el sonido, ni la nicotina nos hace captar mejor el sonido. Y aunque a algunos estetas empedernidos, el mundo social y artístico les podría parecer demasiado light y edulcorado sin el tabaco que les proporcionaría fondo existencial y recia raigambre, eso es pura superstición. La vida blandurria y sosa es cuestión de falta de sustancia, no de decoración.

El tabaco tiene un poder relajante, no muy potente sea dicho de paso, porque tal vez se requerían algunas cajetillas enteras para calmar un buen disgusto. Esta propiedad es más descubierta empíricamente, por experiencia acumulada, que porque fuera un tipo de relajante tan afamado como la tila para estos fines. La motivación para fumar es difícil, por lo tanto, que fuera expresamente esa, sino que más bien la explicación 'oficial' es "fumo porque me gusta". Esta es una inconsciencia muy similar a la de un alcohólico que nos intentará convencer de que bebía para ser sociable, para no parecer agarrado ante los amigos que le invitan a una copa, o porque en la vida hay que darse alguna alegría de vez en cuando.

Psicología del hábito del fumador. (1ra. parte)

La parsimonia del fumar da una salida a la tensión psicomotriz (que es una de las formas físicas en las que la ansiedad se manifiesta). Hay que sacar el cigarrillo, rescatándolo de la presión de sus compañeros en la cajetilla, vigilando que su fragilidad de tubículo de papel conteniendo hojas trituradas se rompiera por un brusco movimiento. Hay que encender el cigarrillo con cierta gracia y toque estético dignificante. La calada y la emisión anodina del deshecho gaseoso. Las cenizas que, indiscretas, todo lo podrían manchar y las brasas que pudieran horadar las ropas más preciadas. La mecánica de fumar, como puede observarse, es lo bastante compleja en sí misma como para ser considerada 'ceremonia tranquilizadora'. Fumar en pipa tiene este componente muy acentuado, y es difícil incluir su práctica en las situaciones cotidianas (cosa que le ha hecho perder terreno frente al sencillo cigarrillo, que se puede encender en cualquier circunstancia, sobre todo si no estuviera prohibido nunca), y lo ideal es un club de fumadores, una iglesia con sus peculiares olores y liturgia.

Las distintas situaciones generadoras de cierta grado de tensión, como la antipática espera en una cola o el angustioso retraso de una cita amorosa, la incertidumbre, la preocupación, los temores, el rencor, todo lo desagradable puede ser un estímulo para fumar y obtener de una forma inmediata un alivio, unos minutos de calma, un refugio en una actividad tranquilizadora que exorciza, que aparta los peligros como las hogueras encendidas espantan a las fieras. Llega a ser tan conocido el recurso al fumar para espantar todo tipo de moscas molestas que efectivamente se establece como un recurso sistemático, permitiendo con ello que el tabaco ocupe un lugar privilegiado en todas nuestras actividades, formando parte de ellas como adorno, sistema de control, garantía de que nos sientan bien, de que están bien hechas.

La intensidad y frecuencia son esenciales para generar un hábito que se escapa ya del propósito inicial de fumar controladamente por placer. Un hábito -costumbre, impulso- tiene un aspecto interno que es como un hambre muy aguda que tuviéramos, y alcanzando esa categoría de necesidad primaria logra que la corteza superior del cerebro, donde planificamos acciones inteligentes, preste todos los recursos para satisfacer y calmar la sed de fumar (conseguir nicotina y sustancias que se confunden con nutrientes esenciales). El deseo empecinado es algo biológicamente útil cuando se trata de tener una motivación a prueba de perezas para asegurar actividades esenciales de la sobrevivencia, pero es destructivo cuando se ceba en una actividad secundaria (el juego, placer de fumar, efecto euforizante del alcohol en algunas situaciones sociales) promocionándola encima de la jerarquía de las más importantes.

El sistema de valores que regulan qué es más importante para nosotros (descanso, higiene, comodidad, seguridad, economía) se ven alterados cuando el hábito de fumar se instala. Si el fumador se queda sin tabaco puede ser capaz -por más tímido y discreto que fuera antes, pedir la limosna de un cigarrillo al primero que pase, aunque fuera el compañero de trabajo al que tenemos manía. Si son las tres de la madrugada, ¿no se podría uno vestir e ir unos kilómetros más allá en busca de una gasolinera o bar abiertos a esas horas? ¿Y si fuera el caso, no se podría recoger una colilla que hemos tirado a la basura o del suelo y, limpiándola un poco, aprovecharla?


Fuente: José Luis Catalán




Una relación tormentosa de amor y odio, en la que la persona se sabe lastimada pero se aferra a continuar en ella, es como define Guadalupe Ponciano, directora de la Clínica contra el Tabaquismo de la UNAM, en “Dejaré de Fumar” la adicción al cigarro. Los motivos por los que la gente deja de fumar son diversos: unos lo hacen porque es de vida o muerte por antecedentes de infarto o diagnóstico de enfisema; otros lo hacen por la familia o la pareja, y unos más por convicción personal.

El inicio de año es el más activo para la Clínica contra el Tabaquismo de la UNAM, mencionó Guadalupe Ponciano, debido a que en esta fecha de deseos y nuevos propósitos “muchos quieren dejar el cigarro pero pocos lo logran”. El programa que se emplea desde hace más de una década en Ciudad Universitaria es cognitivo-conductual, a través del cual se enseña a la gente a manejar sus emociones sin necesidad del cigarro, además de sustituir la nicotina por chicles o parches, de acuerdo con la necesidad de cada paciente. En este proceso es cuando el fumador vive el duelo de dejar la adicción y aprende a modificar su estilo de vida, así como a llenar el vacío que el cigarro deja en él, con otras actividades. Para eso es importante que se despidan del cigarro “con una carta que cuando la lean se entiendan a sí mismos y su adicción”.


Fumadores establecen lazo afectivo con el tabaco

Lo nuestro fue un idilio

“Querido Flaco: es difícil empezar una carta como la que ahora escribo sin hacer un recuento de lo que has significado en mi vida. Eso es algo que no se puede pasar por alto.

Te conocí con un par de amigos a la salida de la secundaria. Con tu sola presencia has aligerado varias noches de insomnios atribulados, regalándome tus formas efímeras y etéreas. Has estado conmigo cuando he tenido que trabajar afanosamente y con el tiempo encima; te has mostrado obsequioso cuando he pasado por momentos difíciles; has reavivado más de una reunión; me has dejado disfrutarte siempre que he querido.

En realidad, desde que llegaste a mi vida no te has separado de mí más que en lapsos muy breves. Hasta he pensado que no hay nada que me guste más que estar contigo y absorber cada milímetro de tu presencia; el placer perfecto, como tú, dura poco y siempre deja con ganas de más”.



De frente y no de perfil

“¿Serás mi amigo o mi enemigo? Estás conmigo en el momento que lo deseo, no importa hora y lugar... De veras, qué gran compañero eres, nadie lo hace mejor que tú.

Te dejé por tres años. Al principio era una pesadilla no tenerte, pero después estuve feliz... sin ataduras. No me gusta que me mande nadie. Tú, sin embargo, estuviste silencioso, esperando el momento preciso para decirme suavemente: “Aquí estoy”, y yo necia volví a tus humos maravillosos.

No me dejas cantar ni en la regadera. No puedo correr ni respirar porque siento que me ahogo. ¿Hacer ejercicio? Menos. Veo mis dientes amarillos en lugar de blancos. Siento mi piel reseca y áspera, en vez de suave y tersa. Me miro al espejo y descubro más cosas que tú, amigo, me regalas día con día: arrugas profundas y horribles, uñas color violeta... Cigarrito mío, te tengo que dejar. Cada vez que te aspiro, una parte muy querida de mí se muere: mi vida. Mi nietecito me lo va a agradecer, porque cada vez que te enciendo, él con su dulce vocecita me pide que te apague... y yo, terca, no lo hago.

Quiero darme la oportunidad de convivir sanamente con los seres que amo y los que me rodean. Quiero hablarles de frente y no de perfil”.



No eres tú, soy yo

“Querido Cigarrín: tengo miedo de perderte... ¡ya te extraño! Bueno, mejor dicho, de dejarte, pero sé que es cuestión de vida o muerte y te prefiero lejos. Perdón, es mejor así. No eres tú, soy yo. Tú has hecho todo bien: has estado conmigo en las buenas y en las malas.

Lo nuestro no puede ser. Esto es más fuerte que yo: necesito sentirme libre. Me da miedo pero sé que lo lograré. Estaré bien y, sobre todo, seré feliz y haré feliz a quienes me rodean. No digo que no te extrañaré, pero la vida es así. Mi bien no está a tu lado. Gracias por todo.

P.D. Nunca, nunca, nunca, nunca vuelvas porque no te necesito. Espero no hacerlo más, y ser libre y feliz, y una mejor persona sin ti”.



Tabaquismo, principal causa de muerte para el 2020: OMS

El tabaquismo es la enfermedad que afecta a mayor número de personas en el mundo a pesar de ser una causa de muerte prevenible.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula en mil 100 millones el número de fumadores en todo el planeta, lo que equivale a 30% del total de la población en edad adulta. Este organismo señala que cada día mueren en el mundo 13 mil 500 personas por alguna enfermedad asociada al tabaquismo.

En México existen alrededor de 14 millones de fumadores activos, de los cuales 2 millones se encuentran en el Distrito Federal. En el país se registran 53 mil fallecimientos por alguna enfermedad relacionada con esta adicción; en promedio, 147 decesos diarios. Además, 52% de los fumadores —más de 7 millones de personas— compra cigarros todos los días.

De acuerdo con estimaciones de la OMS, entre los años 2020 y 2030, el tabaquismo será la principal causa de muerte en el mundo, al sumar casi 10 millones de decesos anuales. En diversos estudios realizados por este organismo internacional, se determinó que las personas que comienzan a fumar en la adolescencia y continúan con el hábito de manera regular, tienen 50% de probabilidades de morir a causa del tabaco, y la mitad de éstos fallecerá antes de los 70 años de edad. Uno de cada tres mexicanos vive expuesto al humo del cigarro de manera involuntaria, es decir, más de 35 millones de personas fuman indirectamente sin desearlo.

Desde que se aprobaron las modificaciones a las leyes locales de Salud y Protección a los no Fumadores, y de Establecimientos Mercantiles, el gobierno capitalino instaló 19 clínicas de tabaquismo, las cuales están ubicadas en las jurisdicciones sanitarias de los centros de salud de cada delegación, con el fin de ayudar a poco más de 20% de los capitalinos que fuman, a dejar este hábito.

Los datos

* 30% de adultos del mundo fuman: OMS

* 13 mil 500 personas mueren al día por tabaquismo

* 14 millones de fumadores activos en México

* 2 millones se encuentran en el Distrito Federal


Fuente: www.diario.com.mx