Es cierto, después de diez meses justos sin haber probado ni una calada de cigarrillo, hice la tremenda estupidez de retomar una adicción tan arraigada en mi “sesera” como absurda.
Los motivos que me llevaron a hacerlo de manera total y plenamente consciente, no hacen al caso. Cualquier cosa que os contara sería una justificación inutil sobre algo cuyo única finalidad es destruirnos a nosotros mismos.
Lo cierto es que en un ataque de “imbecilidad” extrema, volví a fumarme uno, dos tres y cuatro cigarrillos seguidos. Luego volví a recapacitar y estuve unos tres días sin probarlo. Una caladita, un cigarrillo “controlado” y al cabo de una semana comprando de nuevo tabaco.
A los diez días ya estaba en unas cantidades muy próximas a la adicción “insuperable” y lleno de remordimientos. ¡Después de diez meses!.
Pero afortunadamente comprendí que de los errores hay que sacar provecho. Me he autoanalizado muchas veces y sigo sin conocerme del todo. Pero llegué al momento inicial de mi primer cigarrillo, cuando tenía superada la estupidez adolescente y analicé las causas con las que entonces había “justificado” mi decisión de fumar. Me dí cuenta de que, en treinta años, no había cambiado nada en mi forma de “rebelarme”, y también volví a comprender lo absurdo de hacerse daño a sí mismo de manera tan estúpida.
Seguía comportándome como un niño de cinco años al que le han roto su juguete preferido. Pero yo no puedo llamar a Supernanny a los cincuenta, Así que tengo que actuar como un adulto, casi ya frisando la tercera edad, y comportarme como corresponde a una persona que “sabe” lo que debe y no debe hacer.
Por todo ello ayer me fumé el último cigarrillo, he puesto el contador a cero y espero, deseo y quiero que sea la última vez. Porque dejar de fumar es fácil, pero aún lo es más volver a fumar. ¡Adiós Marlboro!.
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