Una dependencia es un trastorno psiquiátrico perfectamente definido. Como tal, todas las personas dependientes de una sustancia pueden ser diagnosticadas como enfermas o, al menos, como padecedoras de un trastorno psiquiátrico. Indudablemente, la gravedad de los diversos trastornos psiquiátricos varía notablemente. Lo mismo ocurre con las adicciones: Ser fumador o ser heroinómano o alcohólico, no conlleva a las mismas consecuencias, ni para los pacientes, ni para quienes les rodean. Sin embargo, cara a las implicaciones terapéuticas, tan trastorno adictivo es uno como otro.
Los fumadores que no son dependientes del tabaco, no pueden ser considerados «enfermos»; son simplemente consumidores regulares con una conducta de riesgo. En un país en el que fuma regularmente un 30-40% de la población, una notable parte de los fumadores no son dependientes o tienen un grado de dependencia muy bajo.
Las adicciones no se ajustan del todo al concepto de enfermedad de la población. A diferencia de otras enfermedades, las adicciones requieren ineludiblemente la participación activa del paciente en el proceso terapéutico. En este sentido son peculiares, no basta con «abandonarse» en las manos de un profesional competente; por el mismo motivo, nadie puede ser «curado» de una adicción contra su voluntad. Una adicción es un trastorno conductual adquirido, aprendido. Su tratamiento implica un cambio de conducta, cambio que debe realizarlo el propio paciente. La ayuda de los terapeutas, y la de los fármacos y herramientas psicológicas que éstos le puedan suministrar, es simplemente eso, una ayuda que puede servir --o no-- para facilitar que el paciente cambie de conducta, pero es éste quien ha de cambiarla y quien ha de realizar los esfuerzos necesarios. Precisamente por esto, una de las misiones de todo terapeuta es reforzar la motivación para el cambio.
Cronicidad
No se puede dejar de fumar en una hora. Una decisión se puede tomar en un segundo o menos, pero conseguir los cambios necesarios de conducta (extinguir asociaciones, crear nuevos mecanismos de afrontamiento, reemplazar mecanismos sustitutivos de déficit, etc.) es un proceso bastante más largo. Es un proceso de deconstrucción y de aprendizaje, que --cuando hay una dependencia instaurada-- lleva meses y, en ocasiones, más tiempo. Por ello, la eficacia de los tratamientos siempre se mide con la tasa de abstinencia que se obtiene tras pasar, al menos, un año desde el inicio del tratamiento.
Los tratamientos farmacológicos se aplican solamente durante 2-3 meses, período en el que han demostrado eficacia. Esto no quiere decir que el proceso terapéutico no pueda y no deba ser continuado con el fin de evitar las recaídas. Las causas de recaídas suelen ser distintas al principio y al final del tratamiento. Al principio, predominan los estímulos condicionados y la posible presencia de sintomatología de abstinencia. Pasados unos meses, adquieren más relieve la sensación de poder controlar el consumo y la carencia o insuficiencia de los mecanismos de afrontamiento desarrollados.
¿Cuándo deja un fumador de ser dependiente? No se sabe. A medida que pasa el tiempo se va adquiriendo mayor control y los estímulos van perdiendo su fuerza asociativa; con el tiempo, los deseos de fumar son menos frecuentes, menos intensos y más controlables. Aún así, la principal causa de recaída tras varios años de abstinencia suele ser el probar un cigarrillo, bien sea en circunstancias festivas o en presencia de estados de ánimo negativos a los que anteriormente estaba asociada la conducta de fumar. Por ello, se considera que si se ha sido dependiente, siempre queda una mayor vulnerabilidad a la recaída.
Adecuada valoración de la recaída
Si una persona pudo dejar de fumar sin especiales esfuerzos, claramente esa persona no era dependiente de la nicotina, era simplemente un consumidor regular. De la misma manera, si una persona deja de fumar al primer intento, muy probablemente pueda concluirse que esa persona no era dependiente o, al menos, no muy dependiente.
El propio concepto de dependencia implica la recaída; sin recaídas no podría hablarse de dependencias. Por ello, la recaída no debe ser vista como un fracaso en el proceso terapéutico: es una parte integrante del proceso de dejar de fumar, a través de la cual se puede adquirir mayor experiencia sobre estímulos insospechados (o sospechados) que precipitan el consumo, sobre la ausencia de habilidades de abordaje y manejo de situaciones, sobre las ideas desadaptadas o irracionales y sobre la propia debilidad respecto al tabaco.
Esto no implica que en todas las recaídas haya una ausencia total de responsabilidad por parte del terapeuta o del paciente. Hay quien recae por simple falta de motivación; a muchos pacientes la recaída no les aporta experiencia alguna. Por otro lado, hay quien recae porque su terapeuta no fue capaz de orientarle para sustituir los potenciales beneficios de la nicotina; así, por ejemplo, hay quien deriva la ansiedad de la nicotina a la comida (y engorda sobremanera) o hay quien simplemente se la "traga" (hasta que estalla); hay quien sencillamente reprime sus deseos, idealizando el consumo de tabaco (y recayendo cuando se harta), y hay a quien se le aplica terapia farmacológica sin haber estudiado los estímulos asociados con el consumo.
Estímulos asociados al consumo
Lo característico de una adicción no es que existan deseos más o menos irrefrenables de consumir una sustancia; éstos pueden existir siendo fruto de un gusto o de un capricho, y no de una dependencia. Lo característico de una adicción es que estos deseos por consumir están precipitados por unos estímulos originalmente neutros a los que posteriormente fue asociado el consumo. Por eso, una de las claves del tratamiento de toda adicción es el conocimiento, reconocimiento y afrontamiento de estos estímulos. Hay muchas personas que esto lo adquieren sin necesidad de ayuda profesional, otros en cambio, necesitan ayuda para este proceso.
Los estímulos asociados al consumo pueden ser múltiples: descolgar un teléfono, tomar un café, entrar en el coche, acostar a los niños, charlar con los amigos, salir a cenar o de copas, estar apurado de tiempo, estar enfadado, estar solo o aburrido, tener algo que celebrar, etc. Lo importante en estos estímulos asociados es conocerlos y saber reconocerlos. Simplemente reconocerlos puede disminuir la intensidad de las urgencias que ocasionan. Hablar con el paciente sobre qué hacer cuando éstos se produzcan, o se vayan a producir, ayuda a enfrentarse a ellos. No hay una forma unívoca de enfrentarse a un estímulo, cada persona debe desarrollar aquellos recursos que le sean más convenientes. Así, por ejemplo, si fumar está asociado a descolgar el teléfono, una persona puede descolgar con la otra mano, coger un bolígrafo, meterse la mano en el bolsillo, ir a hablar a una habitación en la que nunca se ha fumado, comer un chicle o un caramelo o, en el peor de los casos, recortar la conversación.
El análisis funcional de la conducta mediante auto-registro, el test de Russell (o su versión ampliada, RAM) y la escala de confianza de Bauer y Lichtenstein son útiles para que el paciente adquiera un cierto conocimiento de qué estímulos están asociados a su conducta de fumar. En cualquier caso, es imposible precisar de antemano todos los posibles estímulos que una persona concreta ha ido asociando a la conducta de fumar a lo largo de los años; muchos de ellos se manifestarán una vez que se haya empezado a dejar de fumar.
Fuente: doyma.es
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