Si yo viviera frente a su casa y tuviese la posibilidad de observar su valiente pero vana lucha. Si le hablara algunas veces cuando nos encontráramos por casualidad, no me atrevería a decirle personalmente lo que ahora le escribo. Usted tampoco no me lo permitiría porque tendría miedo, pensaría que participo de una conspiración universal y se ofendería conmigo por sospechar su secreta agonía.
Si nos miráramos cara a cara, yo no podría encontrar el modo de hacerle saber cuánto me agrada usted. No podría decirle que no le encuentro despreciable, ni ridículo, ni motivo para predicarle, pues usted no me dejaría hablar acerca de su fatal enfermedad. Ambas fingiríamos que tal enfermedad no existe. Por lo tanto, tengo que escribirle. Le escribo esta carta con mucho amor y respeto. Sólo usted sabrá que es para usted. Usted y yo empezamos por tener algo en común. Ambas sabemos que está secretamente preocupada debido a su problema adictivo.
Usted podrá tener cualquier edad, podrá ser una colegiala, una joven madre, una profesional admirada, la esposa de un hombre importante o una abuela, o un hombre. Puede que sea extrovertida y animadora de las reuniones sociales a que asiste, o una persona asustada con complejos de inferioridad que tiene que buscar coraje en su adicción antes de intentar hacer cualquier cosa, por simple que sea para otra gente o para sí misma.
Puede haber estado consumiendo durante meses o años. Puede que se sienta horrorizada y niegue acaloradamente si alguien le dice que es una adicta(o), pero secretamente usted se pregunta si lo “ES” o no. Esa pregunta la puede responder usted misma:
- Si usted no puede controlar su modalidad de consumo, si consume más de lo que usted misma admite, las probabilidades de que es una adicta son altas.
- Esta enfermedad avanza progresivamente, de forma constante va reduciendo nuestra capacidad de vivir, hasta llegar al extremo, de que todos nuestros deseos giran en torno al objeto de nuestra adicción y nada parece real y posible sin él.
Muchos de sus hábitos son probablemente secretos, hasta el momento ha hecho todo lo posible para ocultar su enfermedad, incluso a usted misma. Y puede ser que haya tenido éxito. Puede ser que nadie sepa todavía. Probablemente usted acostumbra a mentirse a sí misma diciendo sólo uno e inevitablemente a la larga perderá el control. Puede que sea una fumadora empedernida y tal vez en este momento esté con la única intensión de consumir o esté frente al PC fumando apasionadamente. Puede ser que su familia nada sospeche de su sufrimiento, en fin.
Lo que quiero comunicarle es que es posible “vivir sin fumar”. Usted no merece soportar los discursos de los que no comprenden su problema, ni las acusaciones siguientes: "Si verdaderamente nos quieres, dejarías de fumar" o "No piensas en nadie, sino en ti misma.", "Debería darte vergüenza con tu educación, y todas las oportunidades que has tenido". Usted no es un monstruo egoísta e inmoral. Todo lo contrario, es sólo una mujer que sufre pues ha caído en las garras de la adicción. Esta enfermedad que se apodera no sólo físicamente de nosotros sino también de nuestros pensamientos, afectos y actos más cotidianos. En definitiva esta es una enfermedad.
"Esta es la primera parte de la "Adaptación de una carta dirigida a una mujer adicta". Me sirvió mucho leerla no sólo porque se aplica a nuestra común adicción, sino también porque a través de ella fui descubriendo otras manifestaciones de mis dependencias. Espero les sirva".
Yany
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