La edición norteamericana de Men's Health ha viajado por la meca de los cigarrillos rubios intentando desentrañar cómo diablos consiguen las multinacionales del tabaco hacernos adictos. Y ha encontrado desde mensajes subliminales hasta estrategias de marketing muy agresivas para vendernos humo. |
Hace tiempo, poco después de cumplir 20 años, un amigo mío (al que llamaremos "Jack") empezó a trabajar en el departamento de relaciones públicas de una compañía tabaquera estadounidense. Había empezado a fumar en su época universitaria y aquel puesto como defensor de la nicotina no hizo más que exacerbar su adicción. Al cumplir 25 tacos ya se fumaba un paquete diario.
Recién salido de la escuela de administración de empresas, le encomendaron una campaña de ámbito nacional: los fumadores que enviaran un impreso de inscripción junto con varias lengüetas de paquetes de cigarrillos podrían ganar un Rolls Royce Corniche de color verde lima valorado en 64.000 dólares.
Conociendo el perfil demográfico de sus consumidores, los responsables de marketing de la compañía pensaron que el ganador probablemente sería un joven afroamericano de estilo moderno y aspecto saludable, alguien a quien podrían utilizar luego en los anuncios a escala nacional. "Pensábamos que esa campaña tenía muchas posibilidades de salir bien", recuerda Jack.
Sin embargo, el ganador del premio resultó ser un minero de Pensilvania que se pasaba el día rodeado de carbón (una bonita metáfora, desde luego). Un hombre blanco de mediana edad casado y padre de tres hijos, que además se estaba muriendo a causa de una antracosis, agravada por un enfisema pulmonar.
La compañía envío a Jack a visitar a ese hombre para preguntarle si quería el coche o los 64.000 dólares en efectivo. Aunque los altos ejecutivos de la compañía no lo admitieran en público, no estaban precisamente entusiasmados con la idea de un fumador cadavérico recorriendo los Apalaches en un coche fúnebre de color chillón pagado por una tabaquera.
Para alivio de Jack, el hombre prefirió el dinero, que destinó a un fondo para pagar la universidad de sus hijos después de su fallecimiento. Durante los años siguientes, Jack continuó participando en muchas otras campañas de promoción. "Durante algún tiempo ayudé a organizar muchas sesiones de grupo para determinar qué era lo que más agradaba a los fumadores del acto de fumar, con el fin último de convencerlos para que se pasaran a nuestra marca", explica. Descubrimos una realidad paralela: la mayoría de los fumadores odia el tabaco. Continúan fumando, pero se sienten muy a disgusto por hacerlo.
Jack conocía esa sensación. Al final dejó su trabajo y, tras una lucha prolongada, también dejó de fumar.
Fuente: Men's Health
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