Legales e ilegales


El drogadependiente suele ser visto como persona que necesita de sustancias ilegales para lograr un estado placentero que le permita evadir una realidad no deseada. Como conjunto social discriminamos esa actitud en una forma casi unánime. Sin embargo, toleramos otras dependencias que, si bien no son penadas por la ley, tienen causas y efectos similares en las personas. Hoy, en la era de la idealización del consumo, nuestra idea de "persona dependiente" debería ampliarse, reduciendo la carga negativa que se impone a quienes consumen drogas.



Uno de los colectivos más castigados por la discriminación es el de las personas que usan drogas. Al afirmar esto debemos aclarar que la sociedad condena el uso de drogas ilegales como la marihuana o la cocaína, y no el uso indiscriminado de otras sustancias de consumo legal.

En efecto, las sustancias adictivas más usadas en nuestro país son el alcohol, el tabaco y los psicofármacos. Estos últimos usados a modo de paliativo de situaciones de ansiedad, y en forma generalmente solitaria, ya que su uso grupal es visto por el conjunto social como una práctica de drogadicción y, por lo tanto, condenada de la misma manera que las drogas ilegales.


Droga y discriminación del adicto

Salvo alguna restricción -como la edad en el caso del alcohol y las recetas médicas en el de las pastillas-, todas estas sustancias circulan por la sociedad en forma legal. Burlar esos límites resulta fácil, sobre todo cuando se pone en marcha la imaginación y creatividad de quien necesita comprarlos, y la negligencia o corrupción de algunos venedores. Ante esa realidad, estos productos prácticamente han pasado a formar parte de la canasta familiar.


Imaginario y discriminación

Con el uso de drogas ilegales pasa algo muy distinto. Existe una construcción social que origina un fuerte rechazo hacia la persona adicta o dependiente de sustancias como la marihuana, la cocaína y los psicofármacos, ahora sí usados grupalmente y con el claro objetivo de alcanzar un estado de euforia. Entre los antivalores que nuclea esta construcción o imaginario colectivo se encuentran la marginalidad, la peligrosidad, el carácter de vagos o vividores de las personas adictas, su improductividad social, su imposibilidad de llevar a cabo algún proyecto y un alto riesgo con respecto al VIH/sida, entre otros.

Cabe acotar que cuando decimos riesgo, en el imaginario social no se representa la posibilidad de daño para sí mismos, sino para los demás. Discriminación: una traba a la prevención y la recuperación. Como toda construcción social, la que nos formamos del adicto está en buena medida fundada en mitos, prejuicios y desconocimiento. Es por lo tanto inexacta y origina reacciones, conductas y juicios discriminatorios.


Prevención y recuperación

¿De que nos sirve reflexionar sobre esto?


La conducta social de rechazo y estigmatización parece generar como reacción un encapsulamiento de los grupos usuarios de drogas, reflejado en un comportamiento de clan, con un código sumamente cerrado que actúa como escudo. Difícilmente puedan franquear esa barrera los mensajes que provienen del exterior, entre ellos, los de prevención y recuperación.

La discriminación del resto no aporta nada bueno al momento de reflexionar sobre las propias opciones. Por el contrario, para un colectivo que se rige por reglas tan cerradas, la agresión que representa una actitud discriminatoria funciona como un acicate para profundizar en los propios modelos. La discriminación, como siempre, sólo produce un efecto adverso para el conjunto.

Si viéramos al consumo desde un punto de vista más general, como dependencias al parecer más cotidianas o inofensivas, entenderíamos que la discriminación sólo crea barreras entre las personas. Podríamos entonces iniciar un camino de comprensión, prevención y recuperación que no es otra cosa que un proceso de liberación personal y social.


Fuente: www.latinsalud.com



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